jueves, enero 27, 2005

La doble moral norteamericana.

“Me preocupa la incapacidad de las fuerzas del orden público locales de hacer frente a la batalla entre delincuentes de la droga, los secuestros y la violencia en general... Es nuestra responsabilidad alertarlos acerca de los crecientes riesgos y darles información en cuanto a la mejor manera de protegerse a sí mismos”

“Solicito respetuosamente que las dependencias a su cargo continúen trabajando de manera decidida con los estados fronterizos, con el objetivo de asegurar la protección de todos los ciudadanos... Les pido, por favor, me hagan saber si hay alguna manera adicional en que el gobierno de los Estados Unidos pueda cooperar con sus esfuerzos”.

Las líneas anteriores son fragmentos de la carta que envió el embajador norteamericano Antonio O. Garza al secretario de Relaciones Exteriores, Luis Ernesto Derbez Bautista, y al procurador general de la República, Rafael Macedo de la Concha. Una misiva que, junto con un anuncio público emitido por el Departamento de Estado del gobierno de George W. Bush, pusieron de nuevo en la mesa de discusión la polémica relación de México con el vecino país del norte.

En la anuncio con funciones de alerta, que estará vigente hasta el próximo 25 de julio de 2005, el gobierno norteamericano advierte que “las fuerzas del orden público locales no cuentan con fondos ni capacitación, y el sistema de justicia es frágil, con exceso de trabajo e ineficaz. Los delincuentes, que cuentan con un impresionante arsenal de armas, saben que hay poca oportunidad de ser aprehendidos y castigados”.

Esta severa crítica que, a decir de algunos, violentó el protocolo diplomático, vino a socabar la relación México-Estados Unidos, al grado de que el presidente de México y los integrantes clave de su gabinete se quejaron públicamente –lo cual no ocurre muy seguido cuando se trata del gobierno norteamericano y menos con la prontitud que caracterizó al caso que nos ocupa—y de forma “enérgica”.

La inconformidad del gobierno mexicano fue en el sentido de que lo que ocurra al interior de nuestras fronteras es problema de los mexicanos, y que aún cuando para los norteamericanos sea poco el esfuerzo que se hace para combatir al crimen organizado, sí se está trabajando en ello.

En los fragmentos que le acabo de comentar, así como en los textos íntegros tanto del Anuncio Público del Departamento de Estado, como de la carta del embajador norteamericano, se percibe la doble moral de un país que le encanta criticar a todo el mundo, cuando dentro de su territorio no puede enfrentar sus propios retos en materia de seguridad pública.

Si bien se reconoce que parte de lo expresado en los documentos diplomáticos tiene su justificación en la realidad, en el México de impunidad, de injusticia, de crimen y violencia que se vive no sólo en la zona fronteriza, sino en todos los estados del país, también es cierto que hay esfuerzos para evitar que la cosas se compliquen más.

Respecto a la doble moral a que hacía referencia, es ridículo que por un lado se preocupen por el riesgo que podrían correr los ciudadanos norteamericanos que visiten la zona fronteriza de nuestro país, cuando el racismo sigue impregnado en muchas esferas del ámbito social y gubernamental norteamericano, lo que se traduce en reiteradas violaciones a los derechos humanos de nuestros connacionales e, incluso, en su muerte.

Por otra parte, también llama la atención que la administración Bush se preocupa por apoyar a las autoridades mexicanas en lo que necesiten, cuando vemos diariamente en Irak cuántas vidas y violencia cuesta precisamente ese apoyo para imponer el orden y el imperio de la ley.

Da risa que las autoridades mexicanas se preocupen por la violencia que puedan sufrir sus ciudadanos, cuando son norteamericanos los principales turistas sexuales que arriban a Acapulco, con el propósito de abusar de los niños porteños, aprovechándose de su indefención, ignorancia y pobreza.

Preocupa el hecho de que mientras de este lado del mundo, hay una aparente incertidumbre por los ciudadanos norteamericanos, su mismo gobierno continúa enviando miles de soldados a morir en una guerra inventada para salvaguardar y engrandecer los negocios del presidente Bush y de sus socios y amigos.

Esa es la doble moral, la hipocresía que distingue la actitud asumida por el gobierno norteamericano, que una vez más pretende venir a enseñarle a una nación latinoamericana cómo se deben hacer las cosas para mantener la “seguridad”. Sin embargo, no hay que perder de vista que parte de los argumentos expuestos por el embajador y el Departamento de Estado son similares a los empleados inicialmente para justificar la invasión a Irak.

Son muy parecidos a los que cotidianamente se publican para justificar acciones bélicas encubiertas en diversos países que son estratégicos por sus recursos naturales o su ubicación geográfica, todo ello como parte de un plan de dominación geopolítico.

Ante tales declaraciones no podemos evitar el pensar acerca de las verdaderas intenciones que se escudan atrás de esa aparente preocupación por la violencia que campea en México. Eso me huele a invasión, a la intención de la administración Bush de concretar su proyecto de apropiarse paulatinamente de los yacimientos petroleros mexicanos.

Tal vez pareciera una idea sacada de las páginas de una novela publicada en el periodo de la Guerra Fría, pero no hay que perder de vista que en la medida en que no se ha concretado una reforma energética que permita al capital norteamericano ingresar al país, el interés de la administración Bush en México es creciente.

Las elucubraciones aquí vertidas podrían ser aventuradas. Sin embargo, no hay que recordar que uno de los compromisos asumidos por George W. Bush al tomar protesta para su segundo mandato como presidente de Estados Unidos, fue el de reforzar el rol de su país como policía del mundo. Y cuando la inseguridad y el riesgo lo tiene en la puerta del vecino, ¿habrá algo que lo detenga para “sentirse más seguro”?.

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