Conforme transcurren las campañas proselitistas, el ego se va fortaleciendo en los equipos de campaña y, sobre todo, en los candidatos. Mientras al interior de los grupos que controlan alguna faceta de la actividad proselitista ya se sueñan asumiendo espléndidos cargos como premio a su trabajo, los abanderados empiezan a consolidar su actitud de mesías redentores.
Fórmulas mágicas con las que se augura se podrán solucionar carencias ancestrales, promesas populistas que parecieran resucitar el régimen paternalista que caracterizó al corporativismo del régimen priísta, compromisos que rayan en la inviabilidad presupuestal y en la pueril intención de jugar con las aspiraciones de la gente.
Esos son los conceptos en los que se sustenta el perfil mesiánico de los candidatos. Tan convencidos están de ello que aseguran que sólo con ellos como gobernadores el cambio podrá llegar a Guerrero. Enhorabuena el optimismo de los aspirantes, pero en realidad ¿a qué se refieren cuando hablan de cambio? ¡qué es lo que cambia? Vayamos por partes.
En caso de que Zeferino Torreblanca triunfara en la gubernatura el primer cambio sería el del partido en el gobierno. Y en un intento de prospectiva, tal vez se cambiaría el modo de hacer política desde el Poder Ejecutivo, asumiendo que se incorporarían algunas tácticas perredistas al tratamiento de los problemas.
Por ejemplo, sería interesante conocer la manera en como lidiarán los funcionarios perredistas con las organizaciones afiliadas a ese instituto político, que son las que tradicionalmente se han convertido en grupos de choque para desgastar al gobierno en turno, además de ser importantes negocios para sus dirigentes.
A ello habrá que sumar a las organizaciones priístas, quienes estarán más desbocadas que nunca y tendrán como consigna echar a perder todo lo que el mandatario de oposición intente, para evidenciar su incapacidad y poca madurez y visión.
Entonces, habría un cambio, pero ¿eso es bueno? Porque no siempre la alternancia ha sido garantía de generar una nueva dinámica que supere lo hecho en los regímenes perredistas. Tan es así que varias gubernaturas que fueron ganadas en las urnas o concesionadas por el salinismo, han sido recuperadas por el Revolucionario Institucional.
Rescatemos el caso federal. Hubo alternancia en Los Pinos, pero ello no ha significado un cambio para mejorar necesariamente. Hay que admitir que si el país no se le ha ido de las manos a Vicente Fox, se debe en mucho al esquema operativo que se puso en acción durante los últimos tres años de la administración de Ernesto Zedillo, así como al creciente flujo de dólares por concepto de remesas.
Pero la alternancia en muchos casos ha significado ineficacia, novatez, ignorancia, falta de capacidad política y administrativa, estupidez en los funcionarios que detentan cargos de mayor jerarquía y un derroche de recursos en esfuerzos mediáticos que llevan como fin el tratar de convencer a la gente que las cosas se hacen mejor que antes. ¿ese es el cambio?
Si triunfara Héctor Astudillo Flores, ¿cuál sería el cambio? De entrada, se trata del mismo partido político que ha gobernado a Guerrero durante más de 70 años. Si se hace un breve análisis de los rostros y personalidades que se ubican en la estructura jerárquica del equipo de campaña y del PRI, se podrá ver que no hay mucha sangre nueva. El cambio generacional en las huestes políticas se resiste a concretarse y, digamos, se trata de pan con lo mismo: una suma de los talentos que han sobrevivido de los últimos gobiernos.
El propio candidato de la coalición Todos por Guerrero ha sustentado su afirmación “El cambio soy yo” en su buena intención de hacer un gobierno más humano y cercano a la gente –el mismo discurso de hace seis años, pero con menor emoción--. Frases más, frases menos, las intenciones en las que sustenta su mensaje egocéntrico parecieran desacreditar o minimizar el trabajo hecho por el actual gobernador.
Además, hay que tomar en cuenta que, en el caso de los dos candidatos mencionados, si bien el ganador será el gobernador, no ejercerán el mando de forma unilateral e omnipotente. Tendrán que allegarse de un equipo de trabajo que no siempre resulta tan efectivo como se quisiera.
Por lo tanto, el cambio no sólo dependerá de la buena voluntad de un hombre, sino de su capacidad para elegir a la persona con el perfil adecuado para ocupar los principales cargos en la administración pública estatal, así como para mantener la cohesión y el ritmo de trabajo, más allá de la lucha de egos, la pelea entre los grupos de poder y la dispersión de aspiraciones políticas de los protagonistas.
“El cambio soy yo” es una afirmación ególatra y aventurada que no refleja más allá que la aspiración de una persona que intenta por todos los medios de convencer a los votantes que son la mejor opción. Hasta antes del año 2000, esa frase encerraba un impacto social en las corrientes de la opinión pública de mucho revuelo. Ahora, después de varios años de que el “cambio” se dio a nivel nacional, nadie garantiza que un candidato pueda enamorar a la ciudadanía de la misma forma.
A final de cuentas: ¿qué es el cambio para los políticos?
martes, enero 11, 2005
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