jueves, mayo 19, 2005

Los oasis del placer.

Uno de las “profesiones” más antiguas del mundo es, también, una de las más difíciles de controlar. La prostitución adquiere en Chilpancingo múltiples rostros, diversas formas de operar, pero uno de los más exitosos son los oasis del placer; cantinas, pozolerías, loncherías y bares en los que las bebidas embriagantes son acompañadas con una botana carnal.

La prostitución es, a todas luces, un negocio redondo, no tanto para quienes lo ejercen sino principalmente para quienes lo administran, y de paso para las autoridades que, supuestamente, deberían controlar su operación. Metafóricamente, se podría establecer que se trata de una actividad en la que prácticamente todos los involucrados resultan “satisfechos”.

Durante los últimos días, Novedades Chilpancingo evidenció la impunidad con que operan ese tipo de establecimientos. Difundió lo que todo mundo sabe, lo que molesta a la ciudadanía, lo que pretende ignorar la autoridad, lo que hace ricos a muchos, lo que enferma a otros tantos, lo que envilece a una sociedad.

Las mujeres, muchas de ellas niñas, indígenas que fueron forzadas a esta actividad, o que por su ignorancia y sencillez no les quedó de otra, encuentran una forma no tan fácil de obtener dinero, a través de ofertar al mejor postor sus sonrisa, su compañía, sus besos, sus caricias, su cuerpo total, pero en condiciones las más de las veces insalubres y riesgosas.

Pero más allá del “servicio” que prestan a una comunidad ávida de lugares de esparcimiento sin control, estos oasís del placer provocan incomodidad entre la ciudadanía porque lo mismo se ubican en zonas residenciales que en las cercanías de algún plantel escolar.

Operan desde el mediodía hasta entrada la noche sin el mayor recato. Incluso, las “ofertas” de placer se pasean por la banqueta, contonean sus figuras ocultas tras breves señuelos de ropa, que sirven para llamar la atención de algún cliente impávido que desee omarse una cerveza y tal vez algo más.

El colmo es cuando un policía resguarda instalaciones de esas, chacotea con las damas de la vida galante, se toma a discreción una cerveza, se sienta a cuidar que nadie quiera propasarse con las “compañeras”. Coquetea, pero cumple su trabajo. Nadie se atreve a realizar desmanes en el tugurio.

Pareciera ser un negocio muy rentable. No se necesita más que unos cuantos metros cuadrados, lo suficiente para que quepan dos mesas con su respectivo poker de sillas, y un mueble de madera que cumpla la función de barra. Una grabadora para poner discos piratas y, eso sí, las infaltables muchachas amables.

La cereza del pastel la ponen las autoridades municipales. Por algún misterioso motivo –no queremos encerrarnos en la idea de que todo es por dinero, tal vez son propietarios de los antros y loncherías, accionistas minoritarios, a lo mejor tienen alguna “novia chiquita trabajando--, los lupanares proliferan, se abren más, se mantienen los que existen.

A quienes ahí trabajan de plano les da risa el pensar que se pueda aplicar el Bando de Policía y Buen Gobierno y, en consecuencia, sean cerrados los changarros del placer. Saben que las autoridades no tienen el valor, no tienen siquiera las ganas; es un buen negocio para todos, hay dinero, bebidas, placer carnal. ¿Qué más pueden pedir?

Pero, ¿y la sociedad? ¿dónde quedan las madres de familia que al recoger a sus hijos de la escuela tienen qué presenciar el espectáculo de la mujer de breves ropas que lanza piropos a algún joven de figura no tan demacrada, como una de las tácticas más efectivas de la promoción directa al consumidor?

¿Qué ocurre con las leyes que prohíben ese tipo de situaciones? ¿qué puede pensarse de la autoridad que, como buenos neoliberales, simple y sencillamente “dejan hacer y dejan pasar”? ¿hasta dónde se mantendrá la corrupción y la impunidad que rodean esos negocios del placer?

Lo cierto es que en lo que resta de la actual administración todo seguirá igual, o peor. Ya sea por argucias legales o por compromisos personales, esos tugurios seguirán operando con ,a mayor tranquilidad. A ellos ni la Secretaría de Hacienda los molesta...

Y la ciudadanía tendrá que seguir soportando esta alianza de transgresores y supuestos vigilantes del orden. Seguirá presenciando los espectáculos –en ocasiones ofensivos a la vista porque, hay que reconocer, muchas de las “damas” no son tan atractivas como pudiera pensarse--. Seguirá siendo la víctima de las autoridades que no puede evitar y a quienes no quiere exigir.
Es parte del círculo vicioso que impregna muchas de las actividades de la vida social, más en esta ciudad en la que todos son influyentes, y los que no, simplemente se aguantan. Así es la vida.

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