Rita VELÁZQUEZ
Al oír la sirena del tren durante la noche se me antojaba como algo espectral, como si fuera o viniera de un pueblo fantasma, de otra dimensión; por el contrario, lo que me dictaba mi corazón era relacionado con la aventura, la diversión.
La gente solía decirme que cuando se escuchaba este pitar durante la noche nada bueno podría resultar; sin embargo, mi alma de niña me dictaba que eso no era más que chismorreo de gente escasa de imaginación y miedosa, además de todo.
Cierto día en la noche estábamos reunidos en casa unos amigos y yo, contando historias de espantos cuando repentinamente se escuchó el silbato del ferrocarril para imprimirle mayor viveza y credibilidad a los relatos
Para darle mayor realismo todavía, se fue la luz, provocando entre los presentes un grito aterrador, reflejo del pavor momentáneo que sufrimos. Alguien sugirió que fuéramos por una bujía, lo cual hicimos de inmediato, pues estar en penumbras no era la mejor opción.
El grupo de seis niños que éramos, fuimos de la sala de mi casa a la cocina, tomados de la mano, formando una larga fila, evitando ver por el ventanal que da al patio y para no percibir cómo el viento mueve el follaje de los árboles y creer estar ante mil monstruos y seres espectrales, como los de las historias que contábamos hacía un rato.
Una vez solucionado el problema de la falta de luz, la situación se tornó más animada, subiendo la intensidad y sentido de las narraciones, pasando por las obligadas “Llorona”, “La planchada”, “El charro negro” o “Las brujas (chupaniños) de Jocotitlán, sólo por mencionar algunas.
Nuevamente se escuchó el silbido del vehículo férreo, acompañado de un ligero viento que, colándose por la puerta y ventanas de la estancia, consigue apagar nuestras candelas, provocando una nueva ola de gritos histéricos y desesperados, opacados solamente por los ensordecedores ladridos de algunos perros de los alrededores.
Nos dispusimos a ir a la cocina por una caja de fósforos, cuando ante nosotros vimos pasar una sombra, más bien, un aura luminosa que se dirige a las escaleras, nadie dijo nada, únicamente pudimos vernos a los ojos y tomarnos de las manos, evitando proferir cualquier balbuceo para no distraerla.
Una vez que la extraña presencia estuvo fuera de nuestra vista, corrimos hacia la cocina para sacar de un cajón de la alacena las cerillas para encender los cirios. Regresamos a la sala lo más rápido posible sin voltear a ningún lado, para evitar ver a cualquier otro espectro.
En esta ocasión y como consecuencia de nuestra experiencia previa, después de encender las ceras, nos dispusimos a hacer una pequeña oración con los rezos que sabíamos: “El Ángel de la Guarda”, “Padrenuestro”, “Ave María” y sólo los niños más grandes “La Salve”, para minimizar nuestros temores.
Pasado un rato, inocentemente nos preguntábamos por qué tuvimos que quedarnos solos en casa justo esa noche, cuando todos los espectros estaban de festejo y dispuestos a gastarle alguna broma a los amantes de historias de horror.
Escondidos bajo el sillón, tomados de la mano y dispuestos a dormir, en el silencio absoluto de la casa, escuchamos pasos en las escaleras; ojos azorados, miradas temerosas, ven pasar por segunda vez aquel halo luminoso con algo que pendía por entre sus manos, un Rosario tal vez.
Recuperados del susto, iniciamos la otra tanda de rezos y súplicas para evitar que el fantasma regresara a importunarnos o, mejor dicho, a espantarnos; justo cuando terminábamos nuestras oraciones, regresó mamá, lo cual nos dio mayor confianza y seguridad.
Al día siguiente por la mañana, le dije a mi mami que no volvía a quedarme solo en casa con mis amiguitos porque pasaron cosas muy feas, que prefería que se quedara conmigo la Tía Delfina, ella que siempre es tan buena y me dice cosas lindas antes de dormir; me lee historias, me canta y arrulla, me besa y arropa antes de dormir.
Mi madre guardo silencio por un momento, después dijo que mi amada tía había salido de viaje para ver a unas primas que hacía tiempo no veía y que pasaría mucho tiempo antes de que pudiera volver a verla; sin embargo, con el paso del tiempo me di cuenta de lo que en realidad había ocurrido y que el espectro al que vimos esa noche mis amigos y yo, no era otra persona que mi adorada tía –a quien tanto quise y quiero- que fue a despedirse de mi antes de partir rumbo al cielo.
miércoles, mayo 04, 2005
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