Casi todos los días escuchamos al presidente de México vanagloriarse por el buen rumbo de la economía. Como si fuera un grito al infinito, el titular del Ejecutivo federal celebra y se auto alaba porque supuestamente hay menos pobres en el país y el mercado nacional se ha reactivado.
Insiste en que es posible cumplir su promesa de lograr un crecimiento anual de siete por ciento, aunque la realidad apenas marca la mitad de esa expectativa y sólo le queda poco más de un año de gestión. Pero a pesar de ello, la estabilidd y bonanza económica es uno de los ocho éxitos de su gestión y, por supuesto, a partir de ello todo está bien, todo es excelente y él es el supremo autor de semejante maravilla. Pero...
La realidad indica que la economía nacional está sustentada en dos pilares que si bien son consecuencia de las decisiones gubernamentales, de las políticas neoliberales que instrumenta la actual administración de la alternancia, no son resultados positivos o esperados, sino todo lo contrario.
Por una parte, las remesas de los mexicanos que residen en Estados Unidos –aquellos que se han ido porque no hay empleos y los que hay son muy mal pagados, porque se cerraron sus fuentes de trabajo o porque simple y sencillamente en sus comunidades no existe mayor posibilidad de tener una ocupación remunerada—se han constituido como la segunda fuente de divisas de nuestro país, sólo por debajo de los ingresos por concepto de ventas de petróleo.
Es decir, la fortaleza de las finanzas nacionales, sustentada en el monto de billetes verdes que ingresan anualmente al país, depende en buena proporción del esfuerzo de aquellos que fueron despreciados en su tierra, de aquellos que no reciben ningún tipo de apoyo del gobierno que tanto lucra con los resultados de su trabajo y sufren discriminación física y psicológica diariamente en una tierra que les es ajena, extraña, ingrata.
El segundo pilar de la economía nacional es el del comercio informal, un sector que está creciendo de forma desmedida, pero que al mismo tiempo se consolida como la fortaleza del mercado interno, ya que sus pocos ingresos se remiten al consumo y reactivan la dinámica regional.
Datos del INEGI muestran que durante el primer trimestre del año, alrededor de 11.5 millones de personas –casi cuatro veces la población de Guerrero—laboraron en el sector informal; es decir, el 28 por ciento de la población ocupada total. Eso nos da una idea del peso que tiene el ambulantaje, el changarrismo en la economía y ello no es consecuencia precisamente de la habilidad de este gobierno federal por impulsar políticas de desarrollo que beneficien a los sectores mayoritarios de la población.
De acuerdo con el Centro de Estudios Económicos del Sector Privado, el eje fundamental del crecimiento económico de 2005 es el mercado interno, el cual se fortalece por el aumento del empleo y de los salarios, ya que impulsa el consumo interno que genera las dos terceras partes del Producto Interno Bruto.
El problema es que muchos de los nuevos empleos que se están generando son por honorarios y, como ya le contaba, del sector informal. Y eso es algo que no se puede ocultar: cada día vemos más banquetas. Esquinas y sitios públicos llenos de puestos semifijos en los que se ofertan discos compactos de música y películas, frutas o lo que sea.
El segundo pilar de la economía es, por tanto, consecuencia del desatino, de la incapacidad del gobierno federal y de diversos sectores de la población de generar una espiral que no sólo permita contrarrestar la pérdida de empleos, sino que genere la oportunidad de crear opciones de ocupación dignamente remuneradas en las comunidades, en las colonias populares.
Un aspecto que no se debe soslayar es que, precisamente, ese creciente ejército de servidores públicos –aquellos que le limpian o le ayudan en algo a cambio de unas monedas, y de microempresarios –los que le venden lo que sea en donde sea y, en ocasiones, al precio que sea—que no pagan impuestos, que se roban la luz, que corrompen autoridades para mantenerse en su lugar, que contaminan, que representan un riesgo para el tránsito.
Pero es algo inevitable. Para muchos, es más fácil y más relax atender un puestecito en el que obtengan una ganancia mínima, pero no tienen patrón, nadie que los esté carrereando, tampoco checan tarjeta ni otro tipo de presiones laborales que existirían en una fábrica u oficina.
Lo cierto es que las remesas de los migrantes y los comerciantes ambulantes son, actualmente, una parte fundamental de la economía nacional, es producto del esfuerzo de miles, de millones de mexicanos y mexicanas que, dentro o fuera de su tierra, sí se ponen a trabajar y no a poner pretextos para no hacer las cosas o responsabilizar a los demás de los yerros e incapacidades propias, como ocurre con el presidente de México y varios funcionarios de su gabinete.
La economía mexicana pende de alfileres. Es la realidad. No hay una receta al corto plazo que permita darle certidumbre a los flujos de capital interno en que se fundamenta la microeconomía y a las fuentes de divisas, a partir de las cuales se mide la estabilidad de la macroeconomía.
¿En qué derivará esta situación? ¿Hasta dónde el aparato productivo nacional, cada vez más desplazado por el sector terciario, podrá soportar este régimen alternativo?¿Qué estrategia podría instrumentar el gobierno para revertir esta tendencia? Esperemos que cuando la realidad nos alcance no sea tan lastimosa y catastrófica como en diciembre de 1994.
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